16/6/09

La linterna de Diógenes


¿De qué se nutre mi contemplación voraz?

Samuel Gómez Luna Cortés

“Atraído por el abismo vivo la melancólica certeza de que no voy a caer nunca” Con estas magistrales palabras el maestro del cuento Juan José Arreola termina una de sus acostumbradas escenas literarias.
¿Qué mayor vértigo puede sufrir un hombre al saberse ajeno a un mundo que le fascina, e irremediablemente lo atrae pero no le pertenece?

Un mundo de sórdidas apariencias, encubiertos por el velo de una realidad que no nos atrevemos a aceptar, pero que subsiste en las vagas regiones de la pobreza. Círculos concéntricos de luces de neòn; azules, rojas, amarillas. El sonido de los tacones seducidos por peinados altos, antítesis de su bajeza corporal. Hombres y mujeres de doble personalidad: de día lavanderas, peinadoras, afanadoras y por la noche seres-reptiles que se repliegan y se mueven al ritmo de libaciones alcohólicas. Ellos vestido con sus mejores galas, cabello crespo, rasgos fuertes. De día panaderos, barrenderos, cargadores, pero de noche se unen a la jauría en el lupanar de las sensaciones. Digiriendo mentalmente la presa que esa noche los liberará de su esencia baja y mezquina. Hombres con doble personalidad convertidos en monstruos de tantas cabezas y brazos como ritmos marque la orquesta.

Bien pudiera parecer esta introducción el argumento de una novela de terror. Y aunque quisiera que así fuera, lamentablemente no lo es. Me refiero, estimado lector, al magistral cuento de nuestro Cronopio Cortázar “Las puertas del cielo”.

Como se ha venido trasluciendo en esta columna hoy tendré el gusto de recomendarles el cuento de este maestro argentino.

“Las Puertas del cielo”

Texto de un realismo impecable que logra en breves páginas trasmutarnos en seres que quisiéramos cambiar nuestra condición social por otra, no precisamente de mayor bonanza, pero sí de antagónicos matices.

La vida de un respetable abogado; docto en leyes y con alto prestigio social. Atrapado, en la fascinación de los arrabales de bajo mundo. De los cinturones de pobreza, de los lupanares donde el alcohol, el baile cansino y desgastado por los tacones imponentes y zapatos de vaqueta frotan el piso como si quisieran limar sus asperezas cotidianas.

Cortázar pretende en este relato darnos la imagen y sensación de “esos monstruos” que habitan los bajos mundos de las ampulosas ciudades. El relato tiene por argumento la muerte de “Celina” una mujer de irredente atracción para el talentoso y prestigiado abogado que ha muerto en inexplicables condiciones. Para él, el Magíster consultor, la muerte de Celina solo da píe a recordar la intrincada y nada honesta relación que con ella vivía. Celina, quizá una sirvienta de casa rica, quizá una afanadora que gana honestamente el sustento con sus silenciosos y recatados modales. Que pertenece a otro mundo que el abogado no debe, pero sì accede a acercarse y frecuentar. Celina era un monstruo que a veces podía dar cariño hasta para tres, y esa obsesión por lo oculto, lo mórbido lo socialmente no permitido atraen como boa constrictor a su presa al lego en leyes.

¿Una doble vida, una doble moral? Un juego, una atracción que permite al lector acercarse a “Las puertas del cielo”, un cielo de luces plásticas, y colillas de cigarro. Un cielo para cada monstruo que descansa a la vuelta de la esquina, y al igual que Juan José Arreola “viviendo la melancólica certeza de que no voy a caer nunca”.


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