1/11/10

La muerte es para vivirla

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Samuel Gómez Luna Cortés

“Y tú que te creías, el rey de todo el mundo…”

Querido lector que lees esta columna, a ti van dedicadas estas líneas.

Creo, sin afán de pretensión que de todas las fiestas la que más me agrada es la fiesta de los muertos. Me gusta el color, la magia, el sabor que en estas fechas se respira. Esa idea de construir un altar, pues será la puerta cósmica al inframundo, que permita a nuestros muertos regresar y sentarse en la sala y departir el pan y la sal con los que aquí seguimos. Herencia de nuestros padres indígenas, aunque castellanizada y levemente modificada en su estructura, el día de los fieles difuntos pervive.

Me agrada este folclor que tanto ha impresionado a los europeos, me gusta el respeto sacramental con que nombramos la fecha. Y prefiero, por sobre todas las cosas, la idea de una muerte transitoria que puede, una vez al año, permitir que nuestros difuntos regresen a nuestras vidas.

Para muchos la fiesta es poco comprensible, y me viene el caso de mi amigo Alex, él, un venezolano que quiere entendernos y ser parte de nuestra identidad, abriendo sus ya de por sí grandes ojos, se queda maravillado (y con el semblante lívido) por que nosotros “festejamos a los muertos”. Y es que la muerte se nos presenta como una compañera silenciosa y burlona. Decimos que la “muerte nos pela los dientes”, eso es cierto, pero al momento de la hora augusta, la muerte nos visita con su gélida mano. Tanto nos sentimos identificados con la parca pues cada año la saboreamos en un pan de muerto, que a decir de mamá Pachita, “pásame una canillita” nos insufla el espíritu ese aroma de flor de azahar.

Este año, lector querido que gustas acompañarme en estas líneas, hemos colocado un modesto altar. Cuenta lo elemental para que se abra el portal cósmico del inframundo, y saber que los nuestros, nuestros queridos descarnados, regresarán de nuevo a la tierra a gozar de los placeres que aquí se encuentran. Hemos puesto su aguamanil y una cómoda silla (entienda lector ajeno a nuestra costumbres, que los espíritus caminan mucho para llegar hasta nosotros, lo menos que podemos hacer es ofrecerles agua para lavarse y una silla para descansar) ya están encendidas las veladoras que guiarán sus pasos, las flores, la cruz de sal, y esas viandas que tanto disfrutaban.

En estos momentos los panteones se llenan de visitantes; la luz y el color invaden esas sombrías regiones del espacio y tiempo.

Como todos los años, espero que el poderoso señor del Mictlá
 
n permita a mis ancestros hacer el viaje a la región de los vivos, porque creo razón de justicia, que ya es necesario encontrarnos de nuevo en este terrenal mundo.

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