El Fraile de la calavera
Samuel Gómez Luna Cortés
Nació el 14 de marzo de 1701 en la villa de Cigales, Provincia de Castilla La Vieja, España. Hijo de José Alcalde y de Isabel Barriga. Siendo muy joven tuvo el llamado religioso y decidió hermanarse con los Dominicos. Su vida monacal estuvo llena de meditaciones, oración y penitencia, pero ante todo, trabajar para el necesitado. Refiere uno de sus más destacados biógrafos Luis Pérez Verdìa, que el mote de “Fraile de la calavera” nació del gusto con que nuestro humilde homenajeado procuraba tener cerca de su cama un cráneo humano para tener presente todos los días “la inminencia de la muerte”. Su vida en España se desarrolló de manera ejemplar, pero un día, por gracia del destino nuestro Dominico amigo es enviado a México a cubrir en Mérida la vacante del arzobispado. Contaba con 62 años.
En su desempeño por esas tierras agrestes, Fray Antonio Alcalde fue un defensor absoluto de los indígenas, imponiendo a todos los prepotentes la obligación y divino derecho de tratar a sus criados con respeto y reconocerlos como seres pensantes. Aprendió el dialecto maya para poder comunicarse directamente con los naturales y escuchar sus quejas sin intermediario. Ocho años duró en Mérida, donde no solo edificó física y espiritualmente, sino que sembró en el alma de los indios la esperanza a una mejor vida. Pero la vida da muchas vueltas y sus caminos son tan diversos como extraños, a la edad de 70 años es nombrado por imposición del Rey Carlos III de España “Obispo de Guadalajara”. ¿Qué tanto se podía esperar de ese buen hombre?, a sus ya 70 años lo confinaban a una muerte muy próxima, pero aún faltaba mucho para borrar de estas tierras a nuestro Fraile.
Fray Antonio Alcalde y Barriga al momento de tomar posesión de su nuevo cargo empezó a trabajar en beneficio de los jaliscienses. Fueron muchas y muy bien documentadas sus obras benéficas, entre ellas mencionamos: en el terrible año del hambre, que asoló México, Fray Antonio Alcalde destinó la enorme cantidad de 100,000 pesos para la compra de grano y repartió entre los más necesitados el grano existente en la Arquidiócesis. Él fue el creador de los “comedores populares” donde diariamente daban alimento a más de 2000 personas, fundó orfanatos y asilos para desamparados, administrando los dineros de la Iglesia en beneficio de Jalisco. Fue el impulsor de la imprenta en Guadalajara, de las “casas sociales” y al ver que los Tapatíos enfermábamos “de la bola” (nombre con que mencionaban a la fiebre tifoidea) construyó y dirigió uno de los monumentos más representativos de su amor a la humanidad, me refiero al “Hospital Civil” de Guadalajara. Donde por más de 200 años ha cumplido con el lema que mandó escribir en piedra Don Antonio Alcalde “A la humanidad doliente”. Su amor al pobre y desamparado y viendo la necesidad que tenían los habitantes de esta Nueva Galicia para que la juventud no cayera en los vicios ni la perdición. Trabajó afanosamente para dotar a nuestra ciudad con una Universidad. Una Universidad que abriera la mente y ensanchara el orgullo de los Tapatíos, así nació la “Real Pontifica y literaria Universidad de Guadalajara”. Lamentablemente Fray Antonio no alcanzó a ver concluida su obra educativa. Murió a la edad de 91 años en esta tierra de Jalisco, dejando a la humanidad entera un ejemplo de servicio y trabajo que hoy los Tapatíos debemos sentirnos orgullosos, y tristemente huérfanos…
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