19/8/09

“Torero quiero ser"


“Torero quiero ser"

Samuel Gómez Luna Cortés

El pasado lunes 17, a las 20:00 en punto, en el Museo de la ciudad. La Academia de estudios Alteños sesionó como lo viene haciendo desde hace 10 años. No es por otra cosa, digámoslo de una buena vez. La conferencia que el día de ayer presentó mi abuelo Carlos Gómez Luna fue una muestra de su dominio en el tema taurino, y la generosidad, innegable y accesible del estimado y querido amigo, el Sr. Dr. Silviano Hernández.

Poco puedo ahondar en el tema, y si lo hago, me veré como esos empolvados clasicistas que hablan y debaten quiméricas ilusiones desde la comodidad de una biblioteca. La verdad, no soy aficionado a la fiesta brava. Pero creo que en gran medida se debe a la empatìa que tengo con las bestias, y por mi escasa cultura al respecto. Dicen los enterados que el toreo es “un arte”, “un ballet donde se juega la vida y la muerte”. Sustentan que en la fiesta brava, “no se ve el sufrimiento del toro”. Sino que se juega la vida misma por el amor a un arte que vislumbra su ocaso. Me agrada la fiesta que en ella se ha creado; los nombres tan rítmicos y sonoros: Montera, capote, verónica, chicuelina, muletazo. Es más, hasta el famosísimo y hermosamente rítmico paso doble “Silverio Pérez” del inmortal Flaco de oro, me fascina.
Mientras les digo estas confesiones de “toro confinado al matadero”. Me viene a la mente una frase que palabras más, palabras menos (¿quien me puede negar la facultad de cambiar una frase?) que leí en un libro que compilaba escritos sueltos de mi gran amigo Juanito Arreola.
“Soy católico y amante de la fiesta brava, pero desde hace más de 40 años no voy
a misa ni he asistido a una corrida de toros, porque ambas han perdido
sacralidad”.
La frase para mis fines me funciona muy bien, creo que el arte, en cualquiera de sus dimensiones ha perdido un poco esa religiosidad. No podemos negar que muchos escritores, e intelectuales, han defendido la fiesta brava, y muchos otros la han atacado y hasta satanizado. Ejemplos de ambas posturas sobran, pero mencionarlos se compararía a la guía telefónica. Para no salirnos del redondel y seguir banderilleando mi idea, ayer nuestro ponente refirió una anécdota que considero merece la pena compartirles. En los tiempos mozos de mi abuelo, cuando le dio por andar de torero, conoció al matador Domingo Ortega (dicen que fue un torero poderosísimo). Mi abuelo, joven novillero, que quiere acercarse a las figuras, para entablar un poco de charla le increpó: “Matador, ¿qué opina de Ortega y Gasset?”. En ese momento, haciendo una mueca de desprecio le respondió al joven novillero
“Sencillamente que es un entupido”. –“Maestro, le dijo mi abuelo, perdone que le
cuestione. Pero, el mote que le ha dado gran pensador Ortega
y Gasset, para mí carece de lógica. Un pensado de su talla, reconocido
mundialmente como uno de los últimos filósofos puros, y gran sociólogo y usted,
lo acaba de insultar”.
En ese momento, el poderosísimo matador le dijo; “¿Y cómo no es un estupido? Una mente tan brillante, un cerebro más que poderoso casi divino; autor de la “rebelión de las masas”, y pierde su tiempo ¡escribiendo de toros!, usted dirá si no es un ignorante por completo.” Hasta ahí la anécdota.

Quizá los tiempos están cambiando, o quizá siguen siendo inmutables. No importa saberlo, ni merece la pena detenernos. Mientras tanto, seguiré rumiando “las bellezas” de la fiesta brava y sabré, si en verdad cambió mi parecer o reafirmó mi idea; que la fiesta de toros, el que menos se divierte es el ariete con pezuñas.



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