Feliz cumpleaños, Borges
Por: Samuel Gómez Luna Cortés
¿De qué se nutre mi contemplación voraz?
Juan José Arreola
El 24 de agosto de cada año, los seguidores del inmortal Borges nos felicitamos mutuamente. Y no lo hacemos por el mero placer que sus letras nos han brindado. Lo hacemos porque recordamos el nacimiento de este genial argentino.
Sobre Jorge Luis Borges se ha escrito mucho; conferencias, libros enteros de infinitas páginas, anécdotas, tesis, etc.
Por todos es conocida la imagen de Borges; ciego en torno a sus libros, apoyado por el bastón, “que en manos de un ciego no podía ser otra cosa, más que un bastón” para decirlo más o menos con sus palabras. Disfruto sus cuentos, sus disertaciones entorno a los libros y los grandes temas que le apasionaron. Me agrada el Borges poeta que es otra forma de llamar al Borges oral. Pero me quedo, sin duda alguna con el Borges universal, arquetipo de una mente asombrosa y una inteligencia desbordante. Parecería que la ironía y el humor negro van de la mano, al menos para este hijo de Buenos Aires, la suerte no le fue adversa.
Mientras escribo esto, lo hago no con el rigor del científico, ni mucho menos del estudioso, pero eso sí, lo hago con la devoción del amante lector que agradece al mago de las palabras por sus infinitas noches consumadas en párrafos certeros de laborioso mármol.
El tiempo, el azar, el laberinto, el libro y la biblioteca eterna son algunos de los eternos temas de nuestro amigo. Me gusta su poesía, aunque he de reconocerlo, hay más poemas producto de la métrica precisa que del sentimiento arrebatado que aflora a la menor pulsación del laúd.
A Borges le debo mucho, no solo sus poemas y sus cuentos. A él le debo el conocimiento de muchos autores, filósofos y poetas que han ido custodiando mi débil sueño de escritor.
Quizá en otra ocasión escribiré más sobre mi querido amigo, ya que ahora, el monstruo de su nombre me impide agregar una línea más a este universo infinito, que él se imaginaba “bajo una especie de Biblioteca”.
Por: Samuel Gómez Luna Cortés
¿De qué se nutre mi contemplación voraz?
Juan José Arreola
El 24 de agosto de cada año, los seguidores del inmortal Borges nos felicitamos mutuamente. Y no lo hacemos por el mero placer que sus letras nos han brindado. Lo hacemos porque recordamos el nacimiento de este genial argentino.
Sobre Jorge Luis Borges se ha escrito mucho; conferencias, libros enteros de infinitas páginas, anécdotas, tesis, etc.
Por todos es conocida la imagen de Borges; ciego en torno a sus libros, apoyado por el bastón, “que en manos de un ciego no podía ser otra cosa, más que un bastón” para decirlo más o menos con sus palabras. Disfruto sus cuentos, sus disertaciones entorno a los libros y los grandes temas que le apasionaron. Me agrada el Borges poeta que es otra forma de llamar al Borges oral. Pero me quedo, sin duda alguna con el Borges universal, arquetipo de una mente asombrosa y una inteligencia desbordante. Parecería que la ironía y el humor negro van de la mano, al menos para este hijo de Buenos Aires, la suerte no le fue adversa.
Mientras escribo esto, lo hago no con el rigor del científico, ni mucho menos del estudioso, pero eso sí, lo hago con la devoción del amante lector que agradece al mago de las palabras por sus infinitas noches consumadas en párrafos certeros de laborioso mármol.
El tiempo, el azar, el laberinto, el libro y la biblioteca eterna son algunos de los eternos temas de nuestro amigo. Me gusta su poesía, aunque he de reconocerlo, hay más poemas producto de la métrica precisa que del sentimiento arrebatado que aflora a la menor pulsación del laúd.
A Borges le debo mucho, no solo sus poemas y sus cuentos. A él le debo el conocimiento de muchos autores, filósofos y poetas que han ido custodiando mi débil sueño de escritor.
Quizá en otra ocasión escribiré más sobre mi querido amigo, ya que ahora, el monstruo de su nombre me impide agregar una línea más a este universo infinito, que él se imaginaba “bajo una especie de Biblioteca”.
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