Samuel Gómez Luna Cortés
Por todos es conocido el folclor que caracteriza el sentir del pueblo mexicano. Y pocas fechas se logra concretizar este afán de trascendencia que el día de los muertos nos brinda.
Empecemos por recorrer un poco de la vasta historia que nos envuelve.
Los pueblos prehispánicos, al lograr un notable avance político y sociocultural, por ese deseo que los psicólogos han estudiado, y atinadamente Freud llamó “el Tanatos” de trascender y con la esperanza de una nueva vida, se creó el rito y culto hacia los muertos.
Formalmente existen dos tipos de entierros tradicionales prehispánicos: tumbas de tiro, y piras funerarias. Las primeras llevan ese nombre por la estructura subterránea de cámaras ocultas que simulan una excavación de mina. Atinadamente el connotado Arqueólogo Otto Schondube Baumbach precisó que en ciertos pueblos de Jalisco, el culto a los muertos era al aire libre sólo protegidos por una “choza” que lograba guarecer un poco de los elementos y las criaturas propias de la naturaleza.
Las piras funerarias eran el sistema más usado por los antiguos Mexicas.
Pero centrémonos en nuestro estado. La estructura general de las tumbas de tiro pueden resumirse de la siguiente manera: Una excavación angosta que oscila entre 4 a 6 metros de profundidad de forma recta. Después un socavón, llamado “cámaras mortuorias” de amplias dimensiones. Por el tamaño de la cámara, y la riqueza que en ella se encuentre se puede precisar el grado de importancia o nobleza.
La necesidad de llenar con abalorios e instrumentos, así como suficiente ración de alimento era para garantizar en el inframundo una vida cómoda.
Para la cosmovisión indígena prehispánica existen varios “cielos” o inframundos. Existe el “Tlallocan” (Tlalloc; Dios del agua, y calli; casa). En el cielo del dios Tlalloc llegaban las mujeres muertas por complicaciones de parto, los ahogados y aquellos que morían por enfermedades propias del agua. El Tlallocan era un paraíso, por la variedad de frutos, árboles. También existe el “Mictlan”, que es custodiado por “Mictlantecutli” y su esposa. Para llegar al Mictlan (el más común de los inframundos) habría que pasar una serie de pruebas. Caminar por 7 desiertos, subir 7 montañas, atravesar 7 ríos, pasar las cuevas de los pedernales, jugar un juego de pelota con una lagartija, para llegar con el señor del Mictlan. A la llegada de los conquistadores, varios evangelizadores quisieron ver en el “Mictlan” la visión cristiana del infierno.
Otro de los infamundos era destinado a los guerreros y a las mujeres que morían en parto. Caminaban brazo con brazo con Tonalli (el sol) y su lugar era muy similar al “olimpo” Griego.
Al momento de nuestra conquista y colonización, muchos religiosos vieron la necesidad de proteger y del mismo modo convencer a los indígenas que sus cultos y adoraciones a los muertos carecían de sustento. Pero vieron en esa manifestación y respeto a los muertos, una similitud con los altares que el Cristianismo ostenta.
Como podemos apreciar, esta tradición que se remonta a nuestros primeros indígenas tenía como fin rendirles un culto especial a los descarnados, y hacer un homenaje y llenar el vacío de su ausencia.
Así, cada año, el 2 de noviembre los portales del inframundo se abren, y nuestros queridos difuntos retornan a su hogar para convivir con nosotros una noche al año.
Estructura básica del altar.
De acuerdo a la región, es la estructura del altar. Para nuestros fines precisaremos:
Para guiar al ánima y sepa encontrar su camino, necesitamos poner un camino de veladoras (la luz que emana de Dios). Necesitamos además de la luz, un camino que les ayude a encontrar su forma natural, debemos quemar incienso, copal o mirra, que ayuda a purificar el ambiente.
Necesitamos hacer dos cruces, una de sal y otra de ceniza (la sal como elemento de purificación), la ceniza, para no olvidar su condición de descarnados y la efímera existencia del hombre; polvo somos y en polvo nos convertiremos.
Necesitamos adornar con flores amarillas y blancas, para que nuestros difuntos regresen y se sientan cómodos con su aroma. Así mismo, el espíritu que retorna a nuestra tierra camina un largo viaje y llega cansado y sediento. Debemos poner un aguamanil, un jabón y una toalla, así como una silla para que se laven y descansen.
Necesitamos hacer tres niveles separados del piso, que significan: “Pasado, presente y futuro”, La Santísima Trinidad, y una visión del “cielo, infierno y purgatorio”. En el nivel superior colocaremos una fotografía de la persona o las personas que invitamos a nuestro hogar. Al lado de esa imagen se colocan 3 calaveritas de azúcar (por los que fueron, por lo que son y por lo que serán, además de ser una alusión a la Santísima Trinidad). En ese primer nivel podemos adornar con flores y algunas imágenes religiosas.
El segundo nivel, es donde colocaremos los platillos que en vida disfrutaba. Los platos deben servirse calientes, pues los espíritus se alimentan con el aroma.
En el piso inferior se colocan los gustos y placeres que tenía el fallecido; libros, cigarros, música, etc...
Esa noche, por designios secretos e inconmensurables, nuestros ancestros regresan a la tierra y conviven con nosotros.
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